miércoles, 21 de mayo de 2025

SEMANA DOMINICANA Mayo-2025: (algunos) Modos de Predicación dominicana (03)

 



PREDICACION MEDIANTE LA PALABRA ESCRITA



LA IMPORTANCIA DE LA PALABRA ESCRITA

    La primera comunicación humana es el llanto: ¡así llegamos todos a este mundo! Poco a poco, entre el aprendizaje y el afecto humano, vamos traduciendo en palabras aquello que conforma nuestra existencia. Las palabras prolongan y condensan lo que somos, lo que queremos, lo que nos pasa por dentro, lo que vamos conociendo. Y, lo mismo que todos aspiramos a lo eterno, solo nos sobreviven nuestras palabras. Convivimos con las palabras escritas de quienes nos han precedido, que nos enriquecen y hacen avanzar civilizaciones y culturas. El saber y el conocimiento tienen vocación de eternidad.

    La Escritura sagrada que leemos y nos transforma sigue generando respuestas humanas. Dios mismo crea con sus palabras en el origen y otorga a los seres humanos la capacidad de nombrar, que es hacerlos dueños y señores de la vida. Veneramos ese Libro y lo besamos, y guardamos en el corazón sus versículos, conscientes de que la palabra escrita sigue teniendo poder creador. Él mismo, en la plenitud de los tiempos, se hizo Palabra Encarnada (Jn 1,14), Evangelio, Buena Noticia. Leerlo es hacer “memorial” que lo actualiza y lo hace “sacramentalmente” presente. ¡Así es la fuerza de la Palabra!

    Santo Domingo no escribió nada importante: apenas conservamos de él unos contratos sin valor. Su pasión fue predicar, estudiar (enviar a los suyos a las universidades donde se gestaba el conocimiento) y fundar conventos. Consigo llevaba la Palabra escrita que configuraba su misión, especialmente las cartas paulinas y el evangelio de Mateo, como buen misionero. Nos cuentan las aventuras de aquellos libros de los cátaros que salían despedidos del fuego a causa de sus errores, y de los otros (apuntes de Universidad) que empeñó en Palencia al servicio de la caridad. Domingo amaba la Palabra y la servía: desde la oración y la comunidad, la compasión y el estudio, la predicación apasionada.

    La imagen de dominicos y dominicas a lo largo de la Historia se asocia a libros, bibliotecas y manuscritos. Pensamos en los textos de Tomás de Aquino, en las búsquedas de San Alberto, en los Sermones de San Vicente Ferrer. En la Relación de Bartolomé de las Casas, en los apuntes dictados de Francisco de Vitoria y la sistematización teológica de Melchor Cano. En las cartas de afecto entre Jordán y Diana, Catalina y Raimundo de Capua. En la grandeza literaria de Fray Luis de Granada y en los Sermones de Posadas. En la adaptación a los tiempos de la sabiduría de Chenu, Congar o Schillebeeckx. En los poemas, actuales, de Praena o Emilio Rodríguez. Y no olvidamos el “evangelio del día”, también reciente y de cuna dominicana; Domuni, y el deseo de enseñar online. Tampoco las homilías diarias o dominicales de la web, la frescura de los escritos de La Llama o este mismo blog que ahora leemos…

    Somos la “Familia de los amigos de la Palabra”. Escribirla en cualquier soporte, y leerla en cualquier lenguaje es volver a experimentar el misterio de la Encarnación: un Dios que se hace Palabra y se sigue traduciendo en palabras, diálogos y encuentros que nos abren el camino a la eternidad, que es Él mismo.


Fr. Francisco Javier Garzón Garzón, OP


SANTO DOMINGO NOS CUENTA SU VIDA


    Diego y Domingo cada vez pasaban más tiempo en Prulla, pues lo habían tomado como lugar de operaciones, la base desde la que salir a predicar, el lugar donde ir a descansar, a rezar con aquellas mujeres que serían las primeras monjas, y recuperar fuerzas. Se estaba convirtiendo en su casa en el Languedoc y allí pasaron aquella Navidad. Los legados pontificios hacían lo mismo con la ciudad de Montpellier, y desde allí a comienzos del año, les mandaron una carta:

    Queridos Diego y Domingo,

   Los jefes de los cátaros nos han propuesto un encuentro público para que cada uno ante el pueblo expongamos lo que defendemos. Sería una especie de disputa pública en la que por turnos cada uno expondría su fe y después podrían debatir ante la gente. Nos parece buena idea, pero nosotros creemos no estar preparados para hacerlo. Os mandamos pues recado para que vengáis a Montpellier para que seáis vosotros quien protagonicéis por el lado católico tal disputa. Recibid un saludo y nuestra bendición. Aquí os esperamos.
(...)
    El gran día llegó y la mañana se llenó de voces, griterío y alboroto. La ocasión se parecía mucho a un torneo de caballeros. Habían preparado en la plaza mayor de Montpellier un gran estrado con vistosas telas en la que los dos predicadores —el cátaro y Domingo que habían decidido que fuera él quien defendiera la postura de la Iglesia— se colocarían. Casi parecía una feria.

    Subieron los dos contendientes y durante toda la mañana se dedicaron primero a exponer uno sus ideas, luego el otro; y luego a rebatírselas, discutírselas, argumentar, contraargumentar, poner ejemplos... Había que saber mucho y ser ágil para expresarlo en una situación como aquella y a Domingo se le daba bien.

    Tanto que todo el mundo pensaba que él lo había hecho mejor, pero los cátaros no querían aceptar su derrota, y propusieron hacer una especie de juicio divino: que fuera el mismo Dios quien juzgase quién había ganado aquella disputa. ¿Y cómo lo haría? Cada uno de los dos contendientes escribiría en un papel sus principales ideas, y ambos papeles los lanzarían al fuego. El papel que no se quemara, sería el que recogería la verdad, sería el del ganador. Así se pensaba en la Edad Media, y así lo hicieron. El papel del cátaro ardió en seguida, pero el de Domingo, se levantaba de las llamas de la hoguera sin que el fuego le afectara. Como no se convencieron los cátaros, volvieron a intentarlo. Hasta tres veces lanzaron el papel a la hoguera, y ninguna de ellas el fuego quemó el papel que Domingo había escrito con sus principales ideas.


Del libro "Santo Domingo de Guzmán nos cuenta su vida"
Autor: Fr. Vicente Niño Orti, OP
Edit. Laude (Grupo Editorial Luis Vives 2020)


ORACION


Señor, Dios nuestro, que concediste al Patriarca santo Domingo 
que con sus fervientes súplicas te pidiese  “una auténtica caridad, 
que fuera eficaz para dedicarse y procurar la salvación de los hombres”; 
concédenos estar llenos de esa misma solicitud de la caridad.

Por Jesucristo nuestro Señor.

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