PREDICACION MEDIANTE EL SILENCIO Y LA ESCUCHA
EL CELO DE SANTO DOMINGO, EN EL HOY DE LOS PREDICADORES.
Pio XII dijo de Santo Domingo que tuvo en la Iglesia “el papel de la Palabra, que como la de Cristo, quema y martillea”. Toda una vida de celo apostólico, que nació de la escucha y el silencio.
1. De su anhelo de la salvación de los hombres, nos hablan los testigos: Los pecados de los demás le atormentaban de tal manera que de él se podía decir lo que del Apóstol: ¿Quien desfallece que yo no desfallezca?. O su oración diaria: Señor mio, Misericordia mia ¿qué será de los pecadores?. Y durante la oración no podía contener la lágrimas… Por eso el Beato Jordán le dice así: Fuiste inflamado por el celo de Dios que viene de lo alto, por tu gran amor e intenso fervor de espíritu, te entregaste a ti mismo por la salvación de todos.
2. Este celo de Santo Domingo lo viven hoy sus hijos. Nuestro Padre no vive aislado de los hombres ni de sus hermanos. Su celo lo expresa hoy toda su familia. La Orden de Predicadores ha sido instituida para la Predicación y salvación de las almas, así, el esfuerzo de sus miembros debe tender siempre a ser útiles a las almas. La sed de llevar los hombres a Cristo. Este fue el anhelo de Santo Domingo y asi ha sido en toda la Orden, que fue fundado para la salvación de las almas.
3. El celo de la Salvación es un efecto del Amor, que nace de la escucha y el silencio. El celo sigue al amor. Y como nace de él, enriquece al mismo amor, tanto si queda en el interior por la oración, como si se hace carne en el apostolado. El celo es amor ferviente, intenso y apasionado. El celo es al amor, lo que el calor es a la llama. Cuanto más amor hay, tanto más ardiente es el celo. Se trata del Amor a Dios, expresado en el cuidado afectuoso por la salvación de los hombres, hacia dentro y hacia fuera. El celo es esencialmente la tristeza suscitada en el alma, por todo lo que se opone al amor.
Le pedimos a Santo Domingo, que como Elias a Eliseo, nos regale hoy a nosotros, el manto de su celo apostólico.
Fr. José Antonio Segovia, OP
SANTO DOMINGO NOS CUENTA SU VIDA
La vida en Osma era muy diferente a la vida en Palencia. En Palencia iba y venía de sus clases a la Casa de los Pobres, siempre haciendo cosas, pero en su nueva vida, lo que más le ocupaba era el silencio y la oración. Martín de Bazán decía siempre que, para poder ser un buen servidor de Dios y de la Iglesia, lo más importante era tener experiencia deDios, y eso se alcanzaba con el silencio y la oración.
Domingo pasaba muchas horas en la biblioteca del Cabildo Catedralicio, las estancias junto a la catedral que el obispo había habilitado para que sus colaboradores —que se llamaban canónigos— vivieran, estudiaran, comieran y trabajaran. Leía mucho y en especial libros de espiritualidad como el de un santo antiguo llamado San Casiano.
La vida de los canónigos estaba marcada por unas normas que eran la regla que otro santo antiguo, San Agustín, había creado para sus colaboradores. Marcaba esa Regla de san Agustín solo unas pocas cosas, pero importantes: que tuvieran todo en común, que dedicaran tiempo a leer, y sobre todo tiempo para la oración.
Y esa era la otra gran ocupación del tiempo de Domingo. Rezaba con los otros canónigos como él —a los que Martín había ido llamando de aquí y de allí— en la catedral todas las Horas Canónicas, siete momentos a lo largo del día en los que juntos rezaban en la catedral. Pero junto a esos momentos, Domingo buscaba otros más para orar. Especialmente le gustaba hacerlo delante de una imagen de un crucificado al que llamaban el Cristo de los Milagros. Allí, durante largas horas, tranquilo, en silencio, iba hablando con Dios y se iba sumergiendo en las profundidades de ir conociéndolo más, de ir escuchándole, de ir disfrutando de hacerse cada día más amigo de Jesús.
Del libro "Santo Domingo de Guzmán nos cuenta su vida"
Autor: Fr. Vicente Niño Orti, OP
Edit. Laude (Grupo Editorial Luis Vives 2020)
ORACION
Señor Jesús, que concediste a santo Domingo
el contemplar día y noche el misterio de la cruz
y que fuese instruido sobre todo en el libro de la caridad;
haz que nosotros, viviendo del mismo modo en esta luz
y contemplándote a ti nuestro Salvador,
podamos también caminar siempre alegres.
Por Jesucristo nuestro Señor.
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