“Este es el día que hizo el Señor, gocémonos y alegrémonos en él”
Durante esta Semana Santa de 2025, hemos ido presentando comentarios que fray Luis de Granada, OP, hizo a lo que se denomina “las siete palabras que Jesucristo pronunció en la cruz”.
Hoy, Domingo de Resurrección, también podemos tener ese tiempo íntimo y personal con el Señor, pero con un recogimiento alegre y dichoso.
Así lo describe fray Luis de Granada, OP, en su “Libro de oración”:
“Éste es el día que hizo el Señor; gocémonos y alegrémonos en él”. Todos los días hizo el Señor, que es el hacedor de los tiempos; mas éste señaladamente se dice que hizo él; porque en este acabó las más excelente de sus obras, que fue la obra de nuestra redención.
Dícese también que este día hizo el Señor porque todo lo que hay en él fue hecho por su sola mano. Este día no es de trabajo ni de pena, sino destierro de toda pena y cumplimiento de toda gloria, y así todo él es puramente de Dios. Pues en tal día como éste, ¿quién no se alegrará? En este día se alegró toda la humanidad de Cristo, y se alegró la madre de Cristo y se alegraron los discípulos de Cristo, y se alegró el cielo y la tierra y hasta el mismo infierno cupo parte de esta alegría. Más claro se ha mostrado el sol este día que todos los otros; porque razón era que sirviese al Señor con su luz en el día de sus alegrías, así como le sirvió con sus tinieblas en el día de su pasión.
Mas, oh Salvador mío y glorioso, a quien arrebató aquella cruel bestia que jamás se harta, que es la muerte; la cual, después que lo tuvo en la boca, conociendo la presa, tembló en tenerla. Porque, dado caso que la tierra después de muerto lo tragó, más hallándose libre de culpa, no pudo detenerle en su morada, porque la pena no hace al hombre culpado, sino la causa.
Ya, Señor, habéis glorificado y alegrado esa carne santísima que con vos padeció en la cruz; acordáos que también es vuestra carne la de vuestra madre, y que también padeció ella con vos, viéndoos padecer en la cruz. Ella fue crucificada por vos, justo es que también resucite con vos; puesta señora os fue fiel compañera desde el pesebre hasta la cruz en todas vuestras penas, justo es que también ahora lo sea de vuestras alegrías.
Estaría la santa Virgen en aquella hora en su oratorio recogida, esperando esta nueva luz. Clamaba en lo íntimo de su corazón; y como piadosa leona, daba voces al hijo muerto al tercer día, diciendo: “Levántate, gloria mía, levántate, salterio y vihuela; vuelve triunfador al mundo; recoge, buen pastor, tu ganado; oye, hijo mío, los clamores de tu afligida madre.
En medio de estos clamores y lágrimas resplandece súbitamente aquella pobre casita con lumbre del cielo, y ofrécese a los ojos de la madre el hijo resucitado y glorioso. La madre ve el cuerpo del hijo resucitado y glorioso, despedidas ya todas las fealdades pasadas, vuelta la gracia de aquellos ojos divinos, y restituida y acrecentada su primera hermosura. Al que tuvo muerto entre sus brazos, vele ahora resucitado ante sus ojos. Tiénelo, y no lo deja; abrázalo y pídele que no se vaya. Entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar.
¿Qué lengua, qué entendimiento podrá comprender hasta dónde llegó ese gozo?
¡Oh Señor, cómo sabes consolar a los que padecen por ti! No parece ya grande aquella primera pena en comparación de esta alegría. Si así has de consolar a los que por ti padecen, bienaventuradas y dichosas sus pasiones, pues así han de ser remuneradas.
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