Vivamos en oración este Adviento
desde Scala
Coeli
Como nos
recordaba S. Juan Pablo II, “con
este primer domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico. La Iglesia
retoma su camino y nos invita a reflexionar más intensamente en el misterio de
Cristo, misterio siempre nuevo que el tiempo no puede agotar. Cristo es la alfa
y la omega, el principio y el fin. Gracias a Él, la historia de la humanidad
avanza como una peregrinación hacia el cumplimiento del Reino, que él mismo
inauguró con su encarnación y su victoria sobre el pecado y la muerte.
Por eso,
Adviento es sinónimo de esperanza: no es la espera vana de un dios sin rostro,
sino la confianza concreta y cierta del regreso de Aquél que ya nos ha
visitado, del «Esposo» que con su sangre ha sellado con la humanidad un pacto
de eterna alianza. Es una esperanza que estimula la vigilancia, virtud
característica de este singular tiempo litúrgico. Vigilancia en la oración,
alentada por una expectativa amorosa; vigilancia en el dinamismo de la caridad
concreta, consciente de que el Reino de Dios se acerca allí donde los hombres
aprenden a vivir como hermanos.
Con estos
sentimientos, la comunidad cristiana entra en Adviento, manteniendo vigilante
el espíritu para recibir mejor el mensaje de la Palabra de Dios”.
Por su parte, Benedicto
XVI nos hablaba del significado de la palabra “Adviento”, que “se puede traducir por
"presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje
del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de
un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía
indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para
manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos
adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con
Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia"
denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su
Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en
la asamblea litúrgica. Con la palabra “adventus” se quería decir
substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado
solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades
sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.
El significado de la expresión "Adviento"
comprende también el de “visitatio”, que simplemente quiere decir
"visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi
vida y quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos experimentamos que
tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos
dejándonos absorber por el "hacer". ¿No es verdad que con frecuencia
es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples
intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho
tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos
"arrollan".
Todo el pueblo de Dios se pone en camino atraído por
este misterio: nuestro Dios es "el Dios que viene" y nos invita a
salir a su encuentro. ¿De qué modo? Ante todo en la forma universal de la
esperanza y la espera que es la oración.
Pero el Adviento también nos invita a detenernos, en
silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los
acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su
atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un
poco de su amor! Escribir —por decirlo así— un "diario interior" de
este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida. El Adviento
nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente”.
Asimismo,
Francisco nos dice que “las lecturas de hoy sugieren dos palabras clave para el
tiempo de Adviento: cercanía y vigilancia. La cercanía de Dios y
nuestra vigilancia. Jesús en el Evangelio nos invita a vigilar esperando en Él.
El Adviento es el tiempo para hacer memoria de la
cercanía de Dios, que ha descendido hasta nosotros. “Dios mío, ven en mi
auxilio” es a menudo el comienzo de nuestra oración: el primer paso de la
fe es decirle al Señor que lo necesitamos, necesitamos su cercanía.
Es también el primer mensaje del Adviento y del Año
Litúrgico, reconocer que Dios está cerca, y decirle: “¡Acércate más!”. Él
quiere acercarse a nosotros, pero se ofrece, no se impone. Nos corresponde a
nosotros decir sin cesar: “¡Ven!”. Nos corresponde a nosotros, es la oración
del Adviento: ¡Ven!
El Adviento nos recuerda que Jesús vino a nosotros y
volverá al final de los tiempos, pero nos preguntamos: ¿De qué sirven estas
venidas si no viene hoy a nuestra vida? Invitémoslo. Hagamos nuestra la
invocación propia del Adviento: «Ven, Señor Jesús» (Ap 22,20). Con esta
invocación termina el Apocalipsis: «Ven, Señor Jesús». Podemos decirla al
principio de cada día y repetirla a menudo, antes de las reuniones, del
estudio, del trabajo y de las decisiones que debemos tomar, en los momentos más
importantes y en los difíciles: Ven, Señor Jesús. Una oración breve,
pero que nace del corazón. Digámosla en este tiempo de Adviento, repitámosla:
«Ven, Señor Jesús».
Y, al
hilo de esta última exhortación del papa Francisco, desde este blog de Scala Coeli, y a modo de ir subiendo
cada día en este período del Adviento un peldaño de esta “escalera hacia el
Cielo”, vamos a presentarnos ante el Señor con una oración diaria y un pequeño
comentario.
Te
invitamos a que nos sigas y subas con nosotros hasta llegar lo más cerca
posible de la Estrella que al final del Adviento nos señale el lugar del
nacimiento de Nuestro Señor Jesús.