·
El Rosario:
En la celebración
del Rosario lo más importante no está tanto en la repetición matemática de las
diez Avemarías, sino en que el espíritu (asombro y amor) se pone sobre el
misterio que se celebra, alimentándose de su gozo, se su luz. El Dios de los cristianos no es un Dios mudo,
sino un Dios esencialmente revelación, nos habla a través de su Palabra,
contenida en la Sagrada Escritura y en la reflexión.
·
Domingo: Misterios Gloriosos.
o Tercer
Misterio: La venida del Espíritu Santo
“De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde estaban los discípulos. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas,
que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu
Santo” (Hch 2, 1-4).
o
Padrenuestro, 10 Avemarías y Gloria.
· Meditación:
Este misterio, al igual que los demás misterios
gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica,
hacia la cual se encaminan como miembros del pueblo de Dios peregrino en la
Historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de
aquel gozoso anuncio que da sentido a toda su vida.
Los Apóstoles quedaron desconcertados
ante la partida de Jesús y no sabían qué hacer. Quien mejor que la Madre de
Jesús podía guiarlos y ayudarlos a entender los mensajes de Dios, pues sabemos
que la Virgen María ya había recibido la fuerza del Espíritu Santo para
engendrar al Hijo de Dios en su vientre y en aquel día de Pentecostés ya había
vivido y experimentado los misterios que Dios le revelara día a día, pero ella,
humilde, obediente y sencilla fue aceptando la voluntad de Dios y en su
silencio se hizo un instrumento importante en el Plan de Dios.
Tener el Espíritu Santo es conjugar, en
presente y en primera persona del singular y del plural, los verbos: acoger,
servir, saludar, alegrar, amar en gratuidad, consolar, ayudar, perdonar,
abrazar, escuchar y compartir.
·
Petición:
Te
pedimos Señor que, en aquellas ocasiones en las que nos sentimos desconcertados
y nos sabemos qué hacer, la fuerza del Espíritu Santo nos acompañe y nos
inspire siempre a hablar el lenguaje del amor, así como lo hizo María, Tu amada
y preciosa Madre.
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ENCÍCLICA
PRINCEPS PASTORUM
DE SU SANTIDAD
JUAN XXIII
SOBRE EL APOSTOLADO MISIONERO
(Comienzo)
INTRODUCCIÓN
La preocupación misionera del Papa
1. El
Príncipe de los Pastores (1Pe
5, 4) nos confió los «corderos» y las «ovejas», esto es, toda la grey de Dios
(cf. Jn 21, 15-57) doquier que
more en el mundo, para apacentarla y regirla, y, por ello, Nos respondimos a su
dulce llamamiento de amor, tan conscientes de nuestra humildad como confiados
en su potentísimo auxilio; y desde aquel mismo momento siempre tuvimos ante
nuestro pensamiento la grandeza, hermosura y gravedad de las Misiones católicas;
por lo cual nunca dejamos de consagrarles nuestra máxima preocupación y
cuidado. Al cumplirse el primer aniversario de nuestra coronación, en la
homilía, señalamos como uno de los más gozosos acontecimientos de nuestro
Pontificado el día aquél, cuando, el 11 de octubre, se reunieron en la
sacrosanta Basílica Vaticana más de cuatrocientos misioneros, para recibir de
nuestras manos el Crucifijo antes de dirigirse a las más lejanas tierras a fin
de iluminarlas con la luz de la fe cristiana.
Y
ciertamente que, en sus arcanos y amables designios, la Providencia divina ya
desde los primeros tiempos de nuestro ministerio sacerdotal lo quiso enderezar
al campo misional. Porque, apenas terminada la primera guerra mundial, nuestro
predecesor, de venerable memoria, Benedicto XV nos llamó desde nuestra nativa
diócesis a Roma, para colaborar en la «Obra de la Propagación de la Fe», a la
que de buen grado consagramos cuatro muy felices años de nuestra vida
sacerdotal. Todavía recordamos gratamente la memorable Pentecostés del año
1922, cuando tuvimos la alegría de participar aquí, en Roma, en la celebración
del tercer centenario de la Fundación de la Sagrada Congregación «de Propaganda
Fide», que precisamente tiene cual propio cometido el de hacer que la verdad y
la gracia del Evangelio brillen hasta los últimos confines de la tierra.
Años
aquéllos, en los que también nuestro predecesor, de venerable memoria, Pío XI,
nos animó con su ejemplo y con su palabra en el apostolado misional. Y, en
vísperas del Cónclave, en el que había de resultar elegido Sumo Pontífice,
pudimos escuchar de sus propios labios que «nada mayor podría esperarse de un
Vicario de Cristo, quienquiera fuese el elegido, que cuanto en este doble ideal
se contiene: irradiación extraordinaria de la doctrina evangélica por todo el
mundo; procurar y consolidar entre todos los pueblos una paz verdadera.
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