Fray Tomás de Aquino
Si los que nos han dejado los mejores y más
fraternos trazos de la biografía del Aquinate fueran cronistas de hoy, a buen
seguro que harían una larga relación de records que adornan a este hermano
dominico. Sin embargo, ninguno de tales momentos singulares camufla lo que sus
frailes decían de él: que era, y ejercía, de hermano en el día a día de la
comunidad, que, de mil amores, ejercía de cemento aglutinante en el quehacer
orante, evangelizador y estudioso del convento; ah!, y que era un predicador
convincente con verbo honesto y creíble, amén de estar dotado de notables dotes
en el campo de la oratoria.
La actitud de fray Tomás de Aquino en la no fácil
tarea de buscar la verdad desde la fe y la razón se nos antoja hoy como el adecuado
antídoto ante la omnipresente posverdad (sin hablar del proceloso mundo de las fake news, engaño más que descarado),
invención ésta para no llamar a la mentira por su nombre o, lo que es peor,
rechazar el compromiso ético que se supone en todo aquel que, desde su
ignorancia o curiosidad, se empeña en el noble quehacer de buscar, investigar y
parir parcelas de verdad que, a su vez, hambrearán para nuevos intentos y más
fecundas búsquedas. Lejos de mitificar al bueno de fray Tomás de Aquino en su
matrimonio con la verdad, no silenciemos hoy los dominicos un aspecto muy
hermoso de su legado vital: su honestidad creyente e intelectual, con el
inevitable equipaje de autocrítica para no dejarse cegar por los logros
obtenidos, sean de la dimensión que sean. Todos sus escritos y, por supuesto,
su biografía de fraile predicador, rezuman cordialidad, porque bien sabía lo
que era caminar en verdad –humildad- y hasta qué punto estaba obligado a
armonizar razón y fe, saberes y cultura propios con la sabiduría de la Palabra. ¡Qué hermoso
legado el de fray Tomás a toda la Familia Dominicana, porque quien fue su vida,
verdad y esperanza dijo de él: bene
scripsisti de me, Thoma!
Fr. Jesús Duque OP.