Santidad
y logística
La ignorancia acerca de la burocracia que la
institución eclesial ostenta para reconocer la santidad de los cristianos, ha
reforzado la extraña sensación que me ha producido el informe que Vida Nueva (19/5/2017) publica sobre el
precio de ser santo o beato. Es lógico pensar que la declaración del honor
oficial de la santidad tenga tras de sí unos tiempos y documentos precisos que
argumenten y justifiquen la subida a los altares. Pero tal pormenor de
conceptos y cantidades me deja más que desubicado. Al parecer, razones de
actualizar conceptos contables y frenar algún que otro escándalo que han
surgido a la sombra de estos procesos, ha llevado a la autoridad vaticana a
poner al día la administración de la santidad oficial.
Uno, en su ignorancia (¿ingenuidad acaso?), cifra
la santidad en el seguimiento fiel del camino del Maestro de Galilea y en la
construcción del Reino en el que todo el Pueblo de Dios está empeñado. Que
debatan los exégetas sobre algunos extremos de los evangelios, pero bien que
nos consta la invitación de Jesús de Nazaret a ser compasivos como Él y el
Padre son compasivos. Condición indispensable para la santidad no es tanto
hacer milagros cuanto trabajar todos los días la maravilla de la misericordia
de un Padre que nos acoge siempre y la compasión fraterna en la que traducimos
nuestra vocación de seguidores.
¿Qué aspectos logísticos demanda, entonces,
nuestra santidad? No muchos, pero más que hermosos. Vivir en gratitud,
desarrollar la fuerza de nuestra debilidad, milagrear que muchos pocos hacemos mucho y siempre enorgullecernos de ser hijos de tan bondadoso
Padre-Madre, dejando que Él sea tal en nuestro corazón, hechos y esperanzas.
Fr.
Jesús Duque OP.