Domingo es un hombre libre de los bienes materiales
para seguir libremente a Jesús y para anunciar con toda libertad la buena
noticia de Jesús.
Los gestos concretos de la pobreza de Domingo son
abundantes. Renuncia a su tierra , a su patria, y al patrimonio familiar, para
vivir en la itinerancia como mensajero del Evangelio. Renuncia al mayor tesoro
que entonces podía tener un estudiante: sus libros (máxime cuando estaban
adornados con glosas y anotaciones hechas de propia mano). La itinerancia será
un rasgo de la pobreza de Domingo vivida en función de la evangelización. Pobre
en la comida, vive de limosna contentándose con el sustento de cada día y
aguardando el del mañana. Pobre en el vestido, gusta de llevar los vestidos más
viles. Sólo tiene una túnica y una miserable capa raída. Camina sin dinero y
sin alforja. Sólo lleva en sus caminatas el bastón evangélico, un cuchillo
-eran otros tiempos- y sus mejores prendas apostólicas: el Evangelio de Mateo y
las Cartas de San Pablo. Pobre en la habitación porque carece de ella. No tiene
cama para descansar después de sus fatigas apostólicas, ni siquiera dispone de
habitación propia en sus propios conventos. Cuando va de camino vive a expensas
de la buena voluntad de los anfitriones, y aprovecha la oportunidad para
encuentros apostólicos. Cuando pernocta en sus propios conventos, su habitación
es la iglesia.
Domingo, que es sumamente compasivo y delicado con
todas las personas, también con los frailes, es intransigente e inflexible en
asuntos de pobreza. Aquí no deja espacio para la dispensa.
En su lecho de muerte deja como herencia a los frailes
la caridad, la humildad y la pobreza. Y de su boca sale la única maldición que
se le conoce, precisamente para impedir cualquier infidelidad en este
compromiso con la pobreza. Constantino de Orvieto recoge que “prohibió con el
más estricto rigor que le era posible, que nadie introdujera en la Orden
posesiones temporales, e imprecó una terrible maldición de Dios y la suya, para
aquel que a la Orden de Predicadores, que la adorna de la profesión de una
singular pobreza, intentara rociarla con el veneno de patrimonios terrenos”.
La pobreza tiene un propósito eminentemente
apostólico. Será una pobreza absoluta, aceptada libremente a impulso del
espíritu evangélico, para la predicación del Evangelio. La base del sustento de
los frailes no serán las posesiones ni las rentas, sino la limosna. Como afirma
Humberto de Romanis, el estatuto de pobreza conviene a los predicadores más que
el estatuto de abundancia, porque tienen que predicar a Cristo pobre e imitar a
los Apóstoles, para evitar la preocupación por las cosas temporales y para
ofrecer confianza a los frailes.
Es una pobreza apostólica en función de la
predicación. Esta pobreza hace del predicador una persona libre, espiritual,
totalmente disponible para la causa del Evangelio. La pobreza y la libertad del
predicador se convierten ellas mismas en un anuncio práctico de la vida
evangélica.
De los libros de
Felicísimo Martínez O.P.:
“Domingo de Guzmán, Evangelio Viviente”
y “Ve y Predica. La predicación dominicana en los siglos XIII y
XXI”.