Los Magos son las primicias de los gentiles que creen en Cristo; en los cuales aparecieron como en cierto presagio la fe y la devoción de los gentiles, que venían a Cristo desde países lejanos. Y por esto, así como la devoción y la fe de los gentiles están sin error por la inspiración del Espíritu Santo, igualmente ha de creerse que los Magos, inspirados por el Espíritu Santo, tributaron sabiamente reverencia a Cristo.
Como dice San Agustín, la estrella que guió a los Magos al lugar donde estaba el Dios infante con
Admirable fue la fe de los Magos. Porque si ellos, buscando un rey de la tierra, le hubiesen encontrado, en tal caso se hubieran confundido, por haber emprendido sin causa un viaje tan penoso; por lo que ni lo hubieran adorado, ni ofrecido obsequios. Pero en el caso presente, como buscaban un rey celestial, aunque ninguna excelencia real verían en él, sin embargo, contentos con el testimonio de la sola estrella, lo adoraron. Ven al hombre y reconocen a Dios, y le ofrecen obsequios adecuados a la dignidad de Cristo: oro como a un gran rey; incienso, del que se hace uso en el sacrificio de Dios, como a Dios, y mirra, que sirve para embalsamar los cuerpos, a fin de demostrar que debía morir por la salvación de todos.
(3ª, q. XXXVI, a. 8)
Y postrándose le adoraron (Mt 2, 11).
A este respecto dice San Agustín: "¡Oh infancia, a la cual se someten los astros! ¿Quién es éste de grandeza y gloria suprema, ante cuyos pañales velan los Ángeles, tiemblan los reyes, y doblan sus rodillas los sabios? ¿Quién es éste, tal y tan grande? Me lleno de estupor cuando veo los pañales y miro al cielo; me agito cuando miro en el pesebre al mendigo y al más preclaro que los astros; socórranos la fe, pues la razón humana desfallece."
(De Humanitate Christi)
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