viernes, 6 de enero de 2012

Navidad con Santo Tomás: "Epifanía del Señor"

Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora (Is 60, 3).

Los Magos son las primicias de los gentiles que creen en Cristo; en los cuales aparecieron como en cierto presagio la fe y la devoción de los gentiles, que venían a Cristo desde países lejanos. Y por esto, así como la devoción y la fe de los gentiles están sin error por la inspiración del Espíritu Santo, igualmente ha de creerse que los Magos, inspirados por el Espíritu Santo, tributaron sabiamente reverencia a Cristo.



Como dice San Agustín, la estrella que guió a los Magos al lugar donde estaba el Dios infante con la Madre Virgen, podía conducirlos a la misma ciudad de Belén en que nació Cristo; pero se sustrajo a su vista hasta que también los judíos diesen testimonio acerca de la ciudad en que Cristo nacería; a fin de que, confirmados con doble testimonio, buscasen con una fe más ardiente a quien manifestaban la claridad de la estrella y la autoridad de la profecía. Así ellos mismos anuncian a los judíos el nacimiento de Cristo y preguntan el lugar. Por disposición divina ocurrió que, al desaparecer la estrella, los Magos fuesen a Jerusalén guiados por las luces humanas, buscando en la ciudad real al rey nacido, a fin de que el nacimiento de Cristo fuera primero anunciado públicamente en Jerusalén, conforme a aquello de Isaías (2, 3): De Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén, y también para que con la noticia de los magos, que venían de lejos, se condenase la pereza de los judíos, que estaban cerca.

Admirable fue la fe de los Magos. Porque si ellos, buscando un rey de la tierra, le hubiesen encontrado, en tal caso se hubieran confundido, por haber emprendido sin causa un viaje tan penoso; por lo que ni lo hubieran adorado, ni ofrecido obsequios. Pero en el caso presente, como buscaban un rey celestial, aunque ninguna excelencia real verían en él, sin embargo, contentos con el testimonio de la sola estrella, lo adoraron. Ven al hombre y reconocen a Dios, y le ofrecen obsequios adecuados a la dignidad de Cristo: oro como a un gran rey; incienso, del que se hace uso en el sacrificio de Dios, como a Dios, y mirra, que sirve para embalsamar los cuerpos, a fin de demostrar que debía morir por la salvación de todos.
(3ª, q. XXXVI, a. 8)

Y postrándose le adoraron (Mt 2, 11).
A este respecto dice San Agustín: "¡Oh infancia, a la cual se someten los astros! ¿Quién es éste de grandeza y gloria suprema, ante cuyos pañales velan los Ángeles, tiemblan los reyes, y doblan sus rodillas los sabios? ¿Quién es éste, tal y tan grande? Me lleno de estupor cuando veo los pañales y miro al cielo; me agito cuando miro en el pesebre al mendigo y al más preclaro que los astros; socórranos la fe, pues la razón humana desfallece."
(De Humanitate Christi)

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