El sacramento de la divina Encarnación fue deseado por los santos Patriarcas. Así se lee en Ageo (2, 8): Vendrá, el deseado de todas las gentes. Y San Agustín: "Sabían los santos Patriarcas antiguos que Cristo había de venir, y todos los que vivían piadosamente decían: ¡Oh, si ese nacimiento se cumpliese mientras vivo! ¡Oh, si viese con mis propios ojos lo que creo según las Santas Escrituras!"
Se pueden dar tres causas de ese ardiente deseo:
1ª) La miseria desbordante que sufrían. Por lo cual se dice en el Salmo (17, 7-8): En mi tribulación invoqué al Señor... y oyó desde su templo santo mi voz; esto debe entenderse, según
2ª) La abundancia de la paz interna y externa que sobreabundaron en su venida. De ahí lo que se lee en el Salmo (71, 7): En los días de Él nacerá justicia, y abundancia de paz. Esto es, según
3ª) La alegría interior que probaron de antemano, como se lee en Baruc (4, 36): Mira, Jerusalén, hacia el Oriente, y mira el regocijo que te viene de Dios. Los santos Patriarcas gustaron de antemano esa alegría por la visión de la fe, como dice San Juan (8, 56): Abrahán, vuestro padre, deseó con ansia ver mi día; lo vio y se gozó. Y añade
(De Christi Humanitate)
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