domingo, 26 de junio de 2011

P. Carlos Romero Bermúdez, op (Consiliario de las Hermandades del Trabajo): "Hubo una época en la que se perseguía a los curas por lo que predicaban"



Lugar de nacimiento: Puertollano (Ciudad Real), en 1930.
Trayectoria en la Orden de Predicadores: llega a Córdoba en 1953.
Desde 1956 está al frente de las Hermandades del Trabajo,
de las que fue consiliario nacional.
Fue prior de la comunidad cordobesa de dominicos.

Es alto, corpulento y, en sus mejores años, cuando se paseaba por media España repartiendo prédicas entre los obreros que soñaban con tener algún día un Seiscientos, debió de imponer lo suyo al auditorio. Hoy Carlos Romero, 55 años después de haber puesto en marcha las Hermandades del Trabajo en Córdoba, ha perdido buena parte de esa fiereza tierna con que envolvía sus actos y sus palabras, pero sigue siendo el hombre claro y contundente que siempre fue.


La evolución de la sociedad, que ya no precisa de aquel invento nacido al calor de la Iglesia como instrumento de promoción laboral y justicia, ha hecho languidecer a aquellas Hermandades que en los años sesenta ofrecieron respaldo y hasta diversión a muchas familias modestas. Y con ellas, parece como si también se hubiera desinflado el ánimo del padre Carlos, quien después de haber superado un buen susto de salud se ha llevado el disgusto de ver sus once álbumes de fotos "hechos caldo negro" por culpa de una gotera. Por suerte, le queda la memoria. Y ganas de recordar los viejos tiempos.

--Se creía nacido para predicar por el mundo y lleva toda la vida metido en un despacho. Se ve que el hombre propone y Dios dispone...

--Bueno, pues sí. Para mí fue una tremenda frustración desde el punto de vista vocacional y dominicano que Fray Albino me indujera a tenerme que encargar de este movimiento que por otra parte ha sido mi vida, mi pena y mi gloria.

--¿Por qué se hizo dominico?

--Yo creo que fue una cosa providencial. Cuando empezaron a hacer mis hermanos mayores (yo soy el más chico de cinco) la Primera Comunión al cura se le ocurrió decir a las madres que les hicieran un hábito religioso, y a mi madre le tocó el dominico. Esto pasó antes de la guerra, y mi madre, que era una santa, a pesar de todas las tragedias que pasó (le desapareció el marido, la echaron del pueblo, tuvo que salir en un camión con los muebles y los cinco niños...) guardó toda la guerra los hábitos de mi hermano y mi hermana. Total, que al acabar la guerra yo también hice la comunión con ese hábito, y entre eso y que un hermano mío, ya muerto, ingresó en la orden aunque no llegó a cantar misa, yo lo seguí y aquí estoy todavía.

--Antes de venir aquí había predicado por muchos sitios. ¿Cómo recuerda aquella época?

--Sí, me ha gustado predicar. En cambio la enseñanza no me llamó nunca la atención. No me ha gustado ser teórico aunque procuro dar ideas a lo que digo. Estuve a punto de ser asignado a la Universidad Laboral cuando se abrió pero me acerqué a mi buen amigo Fray Albino y le dije: "Señor obispo, que me quieren encerrar aquí". Habló con el provincial y me dejaron en el convento de San Agustín, que ha sido mi casa todos estos años.

--¿De dónde venía su amistad con Fray Albino, que creo que lo llamaba su "nieto"?

--Le debí gustar como predicador, no sé. Hasta el punto de que, cuando las misiones de Córdoba que dimos en el año 54, él se empeñó en que yo tenía que ir a predicar a la iglesia del Campo de la Verdad, que por cierto se nos quedó chica y terminamos en el campo de fútbol de San Eulogio. Con 24 años me mandó a dar ejercicios espirituales a San Antonio, con el cabildo en pleno y la plana mayor de los curas de la diócesis, y yo un pipiolillo ocho días allí diciéndoles cosas. El se fió de mí.

--A Fray Albino se le menciona como un obispo de tintes legendarios, por su papel en la construcción de las casas de Cañero y el Campo de la Verdad. ¿Usted cómo lo recuerda?

--Siempre se dijo que, como buen predicador, se había ganado la mitra en los púlpitos. Era un hombre muy preparado, tenía varios doctorados y había estudiado en el extranjero. Fue predicador general y maestro en Sagrada Teología, los dos títulos principales de la orden dominicana. Quiero decir que la faceta social y populista no estaba reñida con su categoría intelectual.

--¿Usted participó en levantar esos barrios?

--No, cuando yo llegué a Córdoba el Campo de la Verdad ya existía. Lo que pasa es que allí me encontré recién hecho párroco a Antonio Gómez Aguilar y nos hicimos muy amigos, y en cuanto tenía algo que hacer allí me llamaba. Siempre me gastó la broma de que yo le había dado la alternativa como predicador, y es que cuando las misiones, con esas chalauras que hacíamos entonces, se subió conmigo en un camión con unos altavoces y recorrimos  todo el barrio predicando el Via Crucis. […]

Diario Córdoba, domingo, 26 de junio de 2011.


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