Constantemente nos sorprendemos a nosotros mismos buscando. ¡Buscamos cantidad de cosas! No tanto las que nos vende la publicidad, sino aquello que nos pide nuestro interior. Buscamos inconscientemente. Cada cosa, cada sensación, cada persona hallada, cada experiencia que encontramos nos pone en la pista para una nueva búsqueda. El ser humano es buscador por naturaleza. Y eso es maravilloso. En la propia rutina de cada día (“mientras se cava un campo”), o en el esfuerzo decidido y programado… Siempre estamos buscando.
Y cada encuentro, aún recompensando nuestro trabajo parcialmente, nos deja cierto sabor a insatisfacción. Por eso continuamos hasta encontrar algo más. No fue mala la intención de aquellos que, buscando, se enredaron en mundos siniestros. ¿Serán nuestras búsquedas hechas –a veces- por caminos equivocados? “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”, confirmaba san Agustín con su vida.
Hay muchos que se cansaron de buscar. Que pensaron que ya habían encontrado lo que necesitaban. O que perdieron el ánimo para ponerse en camino. Otros incluso pensaron que nada nuevo o bueno puede esconder la tierra en la que nos movemos. ¡Hay tantos caminos por andar, tanta vida por recorrer, tantos tesoros por desenterrar, tantos “escaparates” para contemplar!
Me asombra la constancia de los dos buscadores de las parábolas. El coraje y la tenacidad que les mueve. Coraje. Valentía. Pasión. ¿Será eso lo que nos falta tantas veces? Coraje para no dormirnos demasiado, coraje para arriesgar, coraje para seguir recorriendo esta vida sin dejar de sorprendernos. No hay vida interior sin una valentía decidida, sin una lucha constante, sin tener las agallas de dejar lo cotidiano para ponerse en camino. Y tampoco hay vida cristiana si nos dormimos en los laureles, si nos quedamos en lo superficial y no desenterramos tantos tesoros que sólo pueden ser abiertos por nosotros y por nadie más…. ¡Bendita tierra interior, bendito mundo en que habitamos, que nos depara aún tantas sorpresas!
Y cada encuentro, aún recompensando nuestro trabajo parcialmente, nos deja cierto sabor a insatisfacción. Por eso continuamos hasta encontrar algo más. No fue mala la intención de aquellos que, buscando, se enredaron en mundos siniestros. ¿Serán nuestras búsquedas hechas –a veces- por caminos equivocados? “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti”, confirmaba san Agustín con su vida.
Hay muchos que se cansaron de buscar. Que pensaron que ya habían encontrado lo que necesitaban. O que perdieron el ánimo para ponerse en camino. Otros incluso pensaron que nada nuevo o bueno puede esconder la tierra en la que nos movemos. ¡Hay tantos caminos por andar, tanta vida por recorrer, tantos tesoros por desenterrar, tantos “escaparates” para contemplar!
Me asombra la constancia de los dos buscadores de las parábolas. El coraje y la tenacidad que les mueve. Coraje. Valentía. Pasión. ¿Será eso lo que nos falta tantas veces? Coraje para no dormirnos demasiado, coraje para arriesgar, coraje para seguir recorriendo esta vida sin dejar de sorprendernos. No hay vida interior sin una valentía decidida, sin una lucha constante, sin tener las agallas de dejar lo cotidiano para ponerse en camino. Y tampoco hay vida cristiana si nos dormimos en los laureles, si nos quedamos en lo superficial y no desenterramos tantos tesoros que sólo pueden ser abiertos por nosotros y por nadie más…. ¡Bendita tierra interior, bendito mundo en que habitamos, que nos depara aún tantas sorpresas!
Domingo XVII del Tiempo Ordinario
1 Re 3, 5.7-12
Sal 118
Rm 8,28-30
Mt 13, 44-46
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