domingo, 28 de mayo de 2017

La mesa de la Palabra: Santidad y logística



Santidad y logística

La ignorancia acerca de la burocracia que la institución eclesial ostenta para reconocer la santidad de los cristianos, ha reforzado la extraña sensación que me ha producido el informe que Vida Nueva (19/5/2017) publica sobre el precio de ser santo o beato. Es lógico pensar que la declaración del honor oficial de la santidad tenga tras de sí unos tiempos y documentos precisos que argumenten y justifiquen la subida a los altares. Pero tal pormenor de conceptos y cantidades me deja más que desubicado. Al parecer, razones de actualizar conceptos contables y frenar algún que otro escándalo que han surgido a la sombra de estos procesos, ha llevado a la autoridad vaticana a poner al día la administración de la santidad oficial.

Uno, en su ignorancia (¿ingenuidad acaso?), cifra la santidad en el seguimiento fiel del camino del Maestro de Galilea y en la construcción del Reino en el que todo el Pueblo de Dios está empeñado. Que debatan los exégetas sobre algunos extremos de los evangelios, pero bien que nos consta la invitación de Jesús de Nazaret a ser compasivos como Él y el Padre son compasivos. Condición indispensable para la santidad no es tanto hacer milagros cuanto trabajar todos los días la maravilla de la misericordia de un Padre que nos acoge siempre y la compasión fraterna en la que traducimos nuestra vocación de seguidores.

¿Qué aspectos logísticos demanda, entonces, nuestra santidad? No muchos, pero más que hermosos. Vivir en gratitud, desarrollar la fuerza de nuestra debilidad, milagrear que muchos pocos hacemos mucho y siempre enorgullecernos de ser hijos de tan bondadoso Padre-Madre, dejando que Él sea tal en nuestro corazón, hechos y esperanzas.


 Fr. Jesús Duque OP. 

 


domingo, 21 de mayo de 2017

La mesa de la Palabra: Orfandad, no



Orfandad, no

Con la mejor de las intenciones, no cabe duda alguna, las autoridades eclesiales y las mismas comunidades cristianas hacen todo lo que saben y pueden por hacerse presente en la sociedad, por actualizar la doctrina, por catequizar a los grupos creyentes en el nuevo lenguaje requerido por los tiempos que corren. Sí, los esfuerzos son muchos… y loables para ser testigos del Maestro que un día se fue junto al Padre.

Ahora huérfanos de él, ¿estaremos buscando a Dios, del que tanto y tan bien nos hablaba Jesús el Señor, como aquel vecino de la parábola que había perdido la llave en casa y andaba buscándola en la calle solo porque, decía, había allí más luz? ¿De qué nos vale buscar a Dios, ejercer de seguidores del Maestro de Galilea, buscarlo en lugares santos si donde habla y grita es en el Evangelio de Jesús y en Jesús como Evangelio?  ¿Por qué no lo dejamos hablar escuchando con más asiduidad su Palabra? ¿Y por qué no buscarlo en nuestro propio corazón, aunque sea un lugar no sobrado de luz, pero con probada capacidad para estar ahí porque así lo ha decidido nuestro Dios Padre-Madre?

No estamos huérfanos; Jesús concluyó su agenda aquí, y sigue entre nosotros si nos decidimos a lavar nuestros ojos en el agua de su encuentro y de su Palabra. Se deja ver, seguir y admirar con los ojos de la fe y con el compromiso de humanizar nuestro mundo y humanizarnos cada día más y mejor. Es su forma de estar con nosotros siempre, es el mejor remedio para la orfandad a la que, al parecer, nos condenaba su ausencia.


Fr. Jesús Duque OP.

 

sábado, 13 de mayo de 2017

La mesa de la Palabra: Unas canicas




Unas canicas

Atinada parábola la del bolsillo para dibujar lo mejor del dentro de los adentros, allí donde la persona se ve y se busca, se mira en su mejor reflejo, se retoca para aventurar creencias e ideales, emociones y vivencias. ¿Qué tenemos, o queremos tener, en el hondón del bolsillo? Unas canicas nada más para no perder memoria del proyecto de persona que andamos construyendo en el día a día, para no dar por huido el primer amor, para asirse como lapa a esa verdad prematura que es la utopía de vivir como hermano entre hermanos.

Cierto que los sueños, sueños son, al decir de Segismundo en su famoso monólogo calderoniano. Y los sueños hay que vivirlos, adelantarlos, vacunarlos contra la epidemia de la posverdad, y, en compromiso de vida, traducirlos, despojarlos de miedos, ponerles nombre y apellido. Y como la canica del bolsillo, los sueños hay que jugarlos, que es lo mismo que decir, disfrutarlos, compartirlos, reírlos, ganarlos y perderlos, amarlos y añorarlos. La vida misma.

 Gracias, Fran Álvarez, porque en tu último regalo, En el fondo del bolsillo (Bohodón Ediciones), nos invitas a que las yemas de los dedos conjuguen las canicas de los sueños y los días, a que en lo más bajo, casi lo más roto, de nuestro bolsillo, trencemos calores y amores para tatuarnos por siempre de esperanza, en feliz expresión tuya.  Páginas para rumiar y orar, para emprender y amar.





Fr. Jesús Duque OP.