jueves, 13 de octubre de 2016

La mesa de la Palabra: El creyente desanimado (Lc 18, 1-8)




       
            Santo Domingo de Scala-Coeli  - Dominicos - Córdoba





El creyente desanimado (Lc 18, 1-8)

En modo alguno fue fácil mantener el tipo creyente en medio de los avatares de nuestro mundo, empeñado, según parece, en desenvolverse tan a su modo que termina actuando contra sí mismo. No faltan, además, hechos que hacen la situación del cristiano más problemática, más a la intemperie, tales como la tozudez del mal y el dolor en nuestro mundo (aún rechinan en nuestros corazones los fallecidos en el más que castigado Haití por el huracán Matthew), la muerte de inocentes en los conflictos armados, la inacabada página de sucesos que redacta día a día la maltrecha condición humana, la progresiva irrelevancia de la institución eclesial en nuestros días, la ignorancia de Dios en una historia humana que se redacta sin su concurso…

Y sobre todo esto, el llamado silencio de Dios. Constatamos que Dios, un día sí y otro también, no nos escucha, no atiende nuestra insistente demanda, le rebotan nuestras necesidades, no le conmueven nuestro sufrir ni la miseria en la que malviven muchos de sus hijos. ¿Para qué seguir, entonces, hablándole a un Dios sordo y mudo que ninguna atención nos presta? ¿Por qué hay en nuestro mundo tanta inhumanidad, tanta frivolidad, tanta carencia de sentido común, tanto sin-dios? ¿Vivir como creyente tiene que ser una imposible carrera de obstáculos?

En este complejo devenir, tenemos las palabras del Maestro: No temas, ten fe. Son nuestro mejor apoyo creyente, porque el mismo Jesús así nos lo confirmó: Padre, en tus manos entrego mi espíritu. Es la actitud nuclear de la súplica cristiana hoy y siempre: dolor y solidaridad de quien necesita protección, por una parte, y por otra, fe insobornable de quien confía en la salvación última de Dios Padre. Desactivar miedos y temores, confiar sin desmayo en Jesús de Nazaret.

Desde este punto, y no otro, ora el buscador de Dios, el seguidor del Maestro de Galilea, sin desanimarse. Porque la oración no es solo expresar necesidades propias o ajenas, sino sobre todo desarrollar la confianza con el Padre que nos pide el vivir como hermanos, ya que oramos como seres en precario, sí, pero lo hacemos, también, para dialogar con Dios y, en esta comunicación, vivir a su aire humanizador.