lunes, 11 de enero de 2016

Himno a la misericordia




«¡Oh Eterna Misericordia!, que cubres los pecados de tus criaturas y que dices a quienes salen del pecado para retornar a ti: Yo no me acordaré jamás de que me hayas ofendido.

¡Oh Misericordia inefable! No me sorprende de que nos pidas sobre los que te persiguen: Quiero que me roguéis por ellos para que yo tenga misericordia de ellos.

¡Oh Misericordia, que nace de tu Divinidad, Padre Eterno, y que gobierna el mundo entero! En tu misericordia fuimos creados; en tu misericordia fuimos creados de nuevo en la sangre de tu Hijo. Tu misericordia nos conserva. Tu misericordia puso a tu Hijo en los brazos de la cruz, luchando la muerte con la vida, y la vida con la muerte. La vida entonces derrotó a la muerte de nuestra culpa y la muerte de la culpa arrancó la vida corporal al Cordero inmaculado.


¿Quién quedó vencido? La muerte. ¿Cuál fue la causa de ello? Tu misericordia. Tu misericordia vivifica e ilumina. Mediante ella conocemos tu clemencia para con todos, justos y pecadores. Con tu misericordia mitigas la justicia; por misericordia nos has lavado en la Sangre; por pura misericordia quisiste convivir con tus criaturas.

¡Oh loco de amor! ¿No te bastó encarnarte? ¡Quisiste morir! Tu misericordia te empuja a hacer por el hombre más todavía. Te quedas en comida para que nosotros, débiles, tengamos sustento, y los ignorantes, olvidadizos, no pierdan el recuerdo de tus beneficios. Por eso se lo das al hombre todos los días, haciéndote presente en el sacramento del altar dentro del Cuerpo místico de la santa Iglesia. Y esto, ¿quién lo ha hecho? Tu misericordia.

¡Oh Misericordia! A cualquier parte que me vuelva, no hallo sino misericordia.»


 Santa Catalina de Siena.