miércoles, 18 de noviembre de 2015

Palabras dominicanas: POBREZA



Domingo es un hombre libre de los bienes materiales para seguir libremente a Jesús y para anunciar con toda libertad la buena noticia de Jesús.

Los gestos concretos de la pobreza de Domingo son abundantes. Renuncia a su tierra , a su patria, y al patrimonio familiar, para vivir en la itinerancia como mensajero del Evangelio. Renuncia al mayor tesoro que entonces podía tener un estudiante: sus libros (máxime cuando estaban adornados con glosas y anotaciones hechas de propia mano). La itinerancia será un rasgo de la pobreza de Domingo vivida en función de la evangelización. Pobre en la comida, vive de limosna contentándose con el sustento de cada día y aguardando el del mañana. Pobre en el vestido, gusta de llevar los vestidos más viles. Sólo tiene una túnica y una miserable capa raída. Camina sin dinero y sin alforja. Sólo lleva en sus caminatas el bastón evangélico, un cuchillo -eran otros tiempos- y sus mejores prendas apostólicas: el Evangelio de Mateo y las Cartas de San Pablo. Pobre en la habitación porque carece de ella. No tiene cama para descansar después de sus fatigas apostólicas, ni siquiera dispone de habitación propia en sus propios conventos. Cuando va de camino vive a expensas de la buena voluntad de los anfitriones, y aprovecha la oportunidad para encuentros apostólicos. Cuando pernocta en sus propios conventos, su habitación es la iglesia.

Domingo, que es sumamente compasivo y delicado con todas las personas, también con los frailes, es intransigente e inflexible en asuntos de pobreza. Aquí no deja espacio para la dispensa.

En su lecho de muerte deja como herencia a los frailes la caridad, la humildad y la pobreza. Y de su boca sale la única maldición que se le conoce, precisamente para impedir cualquier infidelidad en este compromiso con la pobreza. Constantino de Orvieto recoge que “prohibió con el más estricto rigor que le era posible, que nadie introdujera en la Orden posesiones temporales, e imprecó una terrible maldición de Dios y la suya, para aquel que a la Orden de Predicadores, que la adorna de la profesión de una singular pobreza, intentara rociarla con el veneno de patrimonios terrenos”.

La pobreza tiene un propósito eminentemente apostólico. Será una pobreza absoluta, aceptada libremente a impulso del espíritu evangélico, para la predicación del Evangelio. La base del sustento de los frailes no serán las posesiones ni las rentas, sino la limosna. Como afirma Humberto de Romanis, el estatuto de pobreza conviene a los predicadores más que el estatuto de abundancia, porque tienen que predicar a Cristo pobre e imitar a los Apóstoles, para evitar la preocupación por las cosas temporales y para ofrecer confianza a los frailes.

Es una pobreza apostólica en función de la predicación. Esta pobreza hace del predicador una persona libre, espiritual, totalmente disponible para la causa del Evangelio. La pobreza y la libertad del predicador se convierten ellas mismas en un anuncio práctico de la vida evangélica.

De los libros de Felicísimo Martínez O.P.:
  Domingo de Guzmán, Evangelio Viviente” y “Ve y Predica. La predicación dominicana en los siglos XIII y XXI”.