viernes, 3 de abril de 2015

SEMANA SANTA 2015: De cómo fue crucificado el Salvador.









Llegado el Salvador al monte Calvario, fue allí despojado de sus vestiduras, las cuales estaban pegadas a las llagas que los azotes habían dejado. Y, al tiempo de quitárselas, es de creer que se las desnudarían aquellos crueles ministros con inhumanidad, que volverían a renovarse las heridas pasadas y a manar sangre por ellas. Pues ¿qué haría el bendito Señor cuando así se viese desollado y desnudo? Parece que levantaría entonces los ojos al Padre y le daría gracias por haber llegado a tal punto, que se viese así tan pobre, tan deshonrado y desnudo por su amor. Estando él, pues, así, mándanle extender en la cruz, que estaba tendida en el suelo; y obedece él como cordero a este mandamiento, y acuéstase en aquella cama que el mundo le tenía aparejada, y entrega liberalmente sus pies y manos a los verdugos para el tormento.

Pues, cuando el Salvador se viese así tendido sobre la cruz, y sus ojos puestos en el cielo, ¿qué tal estaría su piadoso corazón?, ¿qué pensaría?, ¿qué diría en este tiempo?
Volverse hía a su eterno Padre, y decirle hía así: «Oh Padre eterno, gracias doy a vuestra infinita bondad por las obras que en todo el discurso de la vida pasada habéis obrado por mí.

Ahora, fenecido ya con vuestra obediencia el curso de mis días, vuelvo a vos, no por otro camino que el de la cruz. Vos mandastes que yo padeciese esta muerte por la salud de los hombres: yo vengo a cumplir esta obediencia y ofrecer aquí mi vida en sacrificio por vuestro amor».

Tendido, pues, el Salvador en esta cama, llegó uno de aquellos malvados ministros con un grueso clavo en la mano y, puesta la punta del clavo en medio de la sagrada palma, comenzó a dar golpes con el martillo y hacer camino al hierro duro por las blandas carnes del Salvador. (Los oídos de la Virgen oyeron estas martilladas y recibieron estos golpes en medio del corazón; y ¿sus ojos pudieron ver tal espectáculo como este, sin morir? Verdaderamente aquí fue su corazón traspasado con esta mano, y aquí fueron con este clavo sus virginales entrañas rasgadas.) Con la fuerza del dolor de la herida, todas las cuerdas y nervios del cuerpo se encogieron hacia la parte de la mano clavada, y llevaron en pos de sí todo el peso del cuerpo. Y, estando así cargado el buen Jesús hacia esta parte, tomó el cruel sayón la otra mano y, por hacer que llegase al agujero que estaba hecho, estirola tan fuertemente, que los huesos del sagrado pecho se desabrocharon, y quedaron tan señalados y distintos que, como el Profeta dice, uno a uno los pudieran contar (cf. Sal 21,18). Y esta misma crueldad es de creer que usaron cuando le enclavaron los pies; y desta manera quedó el sagrado cuerpo afijado en la cruz.

Este tormento de cruz fue el mayor de los tormentos corporales que el Salvador sufrió en su pasión. Porque este linaje de muerte de cruz era uno de los más acerbos y penosos que en aquel tiempo se acostumbraban, porque las heridas son en pies y en manos, que son los lugares del cuerpo en que hay más junturas de huesos y de nervios, los cuales son órganos y instrumentos del sentir, y así las heridas en esta parte son más sensibles y más penosas. Y también esta manera de muerte no es acelerada, como otras, sino prolija y larga; en la cual los matadores no sólo pretenden matar, sino también atormentar al que muere. Y, en todo este  espacio tan largo, el cuerpo que está en el aire colgado de los clavos, naturalmente carga para bajo, y así está siempre rasgando las llagas, y rompiendo los nervios, y ensanchando las heridas, y acrecentando continuamente el dolor.

Y, con ser tal este tormento, que un animal bruto que lo padeciera pudiera mover a compasión, sus enemigos eran tales, que en este mismo tiempo estaban meneando la cabeza, y haciendo fiesta, y diciendo donaires, y haciendo escarnio del Salvador. Pues ¿qué era esto, sino estar echando sal en las llagas recientes y frescas, y crucificar con las lenguas a quien con los clavos habían ya crucificado?

Mas aún no se acaban aquí los trabajos del Salvador, sino pasan más adelante, porque ni el fervor de su caridad ni el furor de sus enemigos se contentaban con esto; y así añadieron ellos otra nueva y nunca vista crueldad a todas las otras. Porque, estando el Señor ya todo desangrado, secas las entrañas y agotadas todas las fuentes de las venas, como naturalmente padeciese grandísima sed y dijese aquella dolorosa palabra: Sitio, que es, Sed he, aquellos malvados enemigos usaron con él de tanta crueldad, que en este tiempo le dieron a beber una esponja de vinagre. Pues ¿qué mayor crueldad que acudir con tal bebida a quien tal estaba en esta sazón, y negar un jarro de agua a quien la pedía muriendo? En lo cual parece cómo no quiso este piadoso Señor que alguno de sus miembros quedase sin su propio tormento, y por esto quiso que la lengua también padeciese su pena, pues todos los otros miembros habían padecido la suya. Pues, si a este linaje de pobreza y aspereza llegó el Señor de todo lo  criado, por nuestro remedio, ¿cómo el cristiano redimido por este medio, y enseñado por este ejemplo, y obligado con este tan grande beneficio, pondrá toda su felicidad en deleites y regalos de carne, y no holgará de padecer algo por imitación y honra de Cristo?

Aquí es razón de considerar que, aunque fue tan acerba y dolorosa la pasión deste Señor, como aquí habemos visto, no menos fue injuriosa, que dolorosa, porque con lo uno padeciese la vida y con lo otro padeciese la honra. Porque el linaje de muerte que padeció fue ignominiosísimo, que era muerte de cruz, que en aquel tiempo era castigo de ladrones; el lugar también lo era, porque era público y donde justiciaban los públicos malhechores; y la compañía también lo era, pues fue de ladrones y malos hombres; y, demás desto, el día era solemne, porque era víspera de la fiesta, adonde había acudido mucha gente de todas partes.

Y, para mayor confusión y deshonra suya fue puesto en la cruz desnudo, que es cosa vergonzosa  y afrentosa para nobles corazones. De  lo cual todo parece claro cómo en  la sacratísima Pasión del Señor hubo suma deshonra, suma pobreza y sumo dolor. Lo cual convenía así, porque su sagrada Pasión había de ser cuchillo y muerte del amor propio, que es la primera raíz de todos los males, de la cual nacen tres ramas pestilenciales, que son: amor de honra, amor de hacienda y amor de deleites; las cuales son yesca y incentivo de todos ellos.

Pues contra el amor de la honra milita esta suma ignominia; y contra el amor de la hacienda, esta suma pobreza; y contra el amor del regalo, este sumo dolor. Y desta manera el amor propio, que es el árbol de la muerte, se cura con el bendito fruto de este árbol de vida, el cual es general medicina de todos los males, cuyas hojas, como dice san Juan, son para salud de las gentes (cf. Ap 22,2).

Acabó el Salvador, juntamente con la vida, la obra de nuestra redención y la obediencia que le era encomendada; y así, como verdadero Hijo de obediencia, inclinada la cabeza y desviándola del honroso título de la cruz, encomendó su espíritu en las manos del Padre. Entonces el velo del Templo súbitamente se rasgó, y la tierra tembló, y las piedras se hicieron pedazos, y las sepulturas de los muertos se abrieron. Entonces el más hermoso de los hombres, escurecidos los ojos y cubierto el rostro de amarillez de muerte, quedó el más maltratado de todos, hecho holocausto de suavísimo olor por ellos, para revocar la ira del Padre que tenían merecida. «Mira, pues, oh santo Padre, dende tu santuario, en la faz de tu Cristo; mira esta sacratísima hostia, la cual te ofrece este sumo Pontífice por nuestros pecados». Y mira tú también, hombre redimido, cuál y cuán grande es este que está pendiente en el madero, cuya muerte resucita los muertos, cuyo tránsito lloran los cielos, cuyos dolores sienten las piedras y todos los elementos del mundo. Pues, ¡oh corazón humano!, más duro que todas ellas, si teniendo tal espectáculo delante, ni te espanta el temor, ni te mueve la compasión, ni te ablanda la piedad.

Y, como si no bastaran todos estos tormentos para el cuerpo vivo, quisieron también los malvados ejecutar su furor en el muerto, y así, después de expirado el Señor, uno de los soldados le dio una lanzada por los pechos, de donde salió agua y sangre para bautismo y lavatorio de el mundo.



                                                                        (Fr. Luis de Granada)