jueves, 17 de mayo de 2012

María VII: Pentecostés


7. María y los apóstoles reciben el Espíritu Santo
(Hch 1, 13-14 y 2, 1-4)
  
Contemplamos la escena

* Pentecostés. María junto a los discípulos de Jesús reciben la gracia de los dones del Espíritu Santo. Contemplemos esta escena: los colores, los personajes, su actitud, las lenguas de fuego y los rostros de María y los discípulos.

* María acepta el fuego sagrado de Pentecostés. Recibe, también, de parte de su Hijo la bendición de ser discípula-seguidora de Jesús. María acepta este gran don que la convierte en misionera. Fíjate en las manos abiertas de María: ella acoge y da esa fuerza que viene de lo alto. María es portadora del Espíritu Santo.


* Los discípulos, también llenos de ese Espíritu, señalan a María. Es nuestra Madre y ella nos puede acoger y transmitir ese don – fortaleza que nos llega de Dios.

* Las lenguas de fuego representan la pasión, la fortaleza, el dinamismo de ese don que recibimos de Dios. Es la fuerza que nos impulsa a transmitir esa Buena  Noticia que anunció Jesús para cambiar este mundo. Es la luz y el fuego del Espíritu que penetra desde nuestra mente, hasta nuestro corazón y lo invade TODO.


Escuchamos la escena:
 Hch 1, 13-14
Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro,Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos.
Hch 2, 1-4
Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.


Reflexión
“Lucas concluye su relato afirmando que los discípulos volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Al fin comenzaban a comprender. Quizá en el camino se repetían unos a otros antiguas palabras de Jesús. […] Empezaban a entender.
Ahora comprendían hasta qué punto Jesús había derrotado a la muerte. Ahora descubrían que su Maestro era el gran amor de la vida (Hech 3, 15), tal y como, pocos días más tarde, proclamaría san Pedro en su primer sermón a los judíos. […] Ahora se daban cuenta que ese “yo soy” había sido una de las claves de la predicación de Jesús sobre sí mismo. Mucho antes de que la muerte apareciera en el horizonte, había proclamado de manera sorprendente esta existencia suya y lo había hecho con el mismo lenguaje con que los profetas hablaban de la existencia eterna de Yahvé. Jesús hablaba de su vida como una zarza que ardía y ardía sin consumirse jamás”.
(J. L. Martín Descalzo, Vida y misterio de Jesús de Nazaret, 1239-1240)


Oramos la escena:
María:
Por designio amoroso de Dios
y por tu respuesta generosa,
te haces presente en nuestra vida
y estás cerca de nuestro caminar.
Tú eres la Madre de la Iglesia.
En ti encontramos el ejemplo
para nuestra vida.
Te pedimos que nos ayudes a caminar,
a construir la Iglesia
en la que todos los hombres y mujeres
nos demos la mano fraternalmente,
sin divisiones ni odios.
Madre de la Iglesia,
que seamos buenos hijos tuyos
y nos amemos como hermanos.
Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte con nosotros...